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lunes, 22 de septiembre de 2014

La escritora y su veneno.

Sentada  en su común silla de escritorio, la escritora impregnaba con tinta la hoja de papel posada sobre la mesa, de palabras a veces llenas y a veces vacías, a veces con sentido y a veces sin.
Intentaba darle sentido a sus propias frases, pero por ese entonces le era bastante difícil.
La tristeza le inundaba de nuevo, pues ni su don le obedecía ya. Parecía como si su inspiración se hubiera esfumado en un grito ahogado.
Aún tenía algo a lo que aferrarse, sí, a Ella, pero su relación era bastante peculiar, y a veces Ella le dejaba sin aliento en vez de dárselo.

Todas las noches oía como Ella entraba en casa, y cerraba la puerta tan cuidadosamente como dejaba las llaves sobre el recibidor. Cuidadosamente lo hacía como costumbre, solo por no molestar a la escritora de la casa, que se sumía en su mundo. No quería alterar su concentración ni sus nervios ni siquiera por una décima de segundo, pues desde hacía un tiempo ya, estaba casi a sus pies.
Nada más entrar en casa, Ella se dirigía al cuarto de trabajo de la escritora, esperando como siempre las palabras frías de ésta.

Cada noche, la escritora le ordenaba: "nena, traeme mi veneno", y le soltaba duramente: "tú eres como el alcohol, siento que te necesito, que eres lo único que puede aliviarme, pero me destrozas."
La escritora repetía esa orden y esas palabras todas las noches, la torturaba de esa forma, pero casi lo hacía inconsciente.

Sus labios se posaban sobre la comisura del vaso con el veneno, casi en un íntimo beso, tanto o más que en los labios de Ella.
Luego volcaba el vaso en su boca, y saboreaba cómo el veneno caía lentamente sobre su lengua y paladar, como el más delicioso de los manjares. Lo hacía siempre viendo como Ella, se apoyaba en el marco de la puerta, mirándola, sin ya esperanza en sus ojos, esos ojos que derramaban lágrimas de meláncolia.
Pero la escritora casi no podía pararse a pensar en Ella... Ella, tan melancólica, y vacía. Solo podía pensar en el veneno recorriendo sus venas, y aliviándole.

Ella, cuando la veía envenenándose a sí misma, le reprochaba que no la usara para ese alivio que con tanta ansia buscaba. Y entonces la guerra estallaba. La escritora "abusaba" de su cuerpo, la utilizaba para desahogarse y luego se alejaba de nuevo. Ella rompía en llanto después de eso, porque no lograba odiarla, no lograba desaparecer para siempre de la vida de esa escritora que estaba tanto destrozando su vida propia, como la de Ella. La escritora la miraba llorar, y le ordenaba que parase, le decía que no podía soportar verla llorar, pero Ella no lograba detener esas lágrimas tan dolorosas que ardían en su tez.
Eso conseguía siempre exasperar lo suficiente a la escritora, como para que ésta empezara a subir el tono de voz y empezara a culparla a Ella
 de la vida envenenada que portaba.
En esa relación la cosa era siempre igual.
Después de todo ese espectáculo, la escritora enfurecida, le ordenaba que le llenara el vaso con más veneno, y que se lo trajera de vuelta.

Y es por eso que, la escritora repetía una y otra vez: "
tú eres como el alcohol, siento que te necesito, que eres lo único que puede aliviarme, pero me destrozas." Pues el alcohol le aliviaba, y después le hacía volverse una desquiciada. Y Ella... Ella le producía el mismo efecto, le aliviaba, y luego le hacía perder la cordura.

Pero había algo, algo por lo que Ella no podía separarse de la escritora... Y ese algo era: ese beso en la frente, tan dulce, tan puro, tan profundo, que la escritora recitaba sobre Ella todas y cada una de las noches, cuando creía que ya dormía. Y le susurraba: "no me importa lo mucho que me puedas destrozar, no bebería ni una gota más de alcohol, si fueras a ser el veneno que ésta escritora necesita para vivir, eternamente."















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